Reseña

En el corazón del tiempo real

Eugenia Gazmuri

Berliner Improvisation realiza un cautivador recorrido por la música improvisada en Berlín. Durante las sesiones registradas, surgen creaciones que van configurando un lenguaje propio, un territorio que acoge distintos idiomas y formas de expresión, un idioma en sí mismo que es una estructura o modo de creación abierto, y que convoca, como nos muestra este entrañable documental, a numerosos músicos, alemanes y extranjeros, que residen hoy en la ciudad.


En la improvisación los instrumentos, artefactos, objetos, la voz, son liberados, en mayor o menor grado, y resignificados a través de movimientos, presiones, interrupciones, golpes, arrastres, que liberan a su vez a los intérpretes de pautas ya trazadas, de recorridos en extremo definidos, y de la exigencia de la perfección formal de aquello que producen, abriendo la experiencia de la ejecución hacia nuevas e infinitas posibilidades. Esta forma de creación espontánea, busca, más que generar sonidos o una música “libre”, producir piezas “liberadas”, según señala Sven-Åke Johansson al comienzo del film. En esto se asemeja al juego de los niños, que no persigue fin alguno, y es en sí mismo y en tiempo presente, atento, pleno y originario. Tanto en la improvisación como en el juego, los objetos, los sonidos, las palabras, se desmontan para crear nuevos montajes, otras configuraciones sonoras (corporales en el caso de la danza), muchas veces siguiendo patrones aleatorios, a través de desbordamientos, cortes y superposiciones, que interrogan las estructuras de significado a las que estamos habituados. Los dedos de las manos se acercan de una forma diferente, creada en cada momento, a las cuerdas, la trompeta o el sintetizador. Pulsan. La atención crece. Una radio cambia de estación. Alguien camina. El arco de un violín toca una guitarra, la voz vibra en saltos y dislocaciones, una nota persiste, y el espacio se llena de la cadencia de esta música profunda y efímera, a veces inquietante, siempre distinta, siempre emergente, que fluye por la ciudad, generalmente desde espacios interiores, estudios o departamentos, y por donde se desplaza también en perfecta fluencia la cámara de Roberto Duarte, resonante con su objeto de registro.


La película revela entonces una forma, otra forma, la de la música improvisada, íntima, expectante, de habitar espacios donde se despliegan campos de posibilidades, abriendo el tiempo. Si el tiempo es, como se ha dicho, la “velocidad de la materia”, en la improvisación el foco apunta al potencial del tiempo presente, al poder del instante, tensionando lo previsible con lo imprevisible, lo conocido con lo nuevo, generando un espacio para que esa velocidad particular del encuentro, de la comunión entre los músicos, también de lo inesperado, se exprese.


Al transitar por el Landswehrkanal, la cámara va hilando su particular retrato: las aguas vibrantes del canal nos adentran en fragmentos visuales y sonoros de Berlín, en su geografía. El discurrir del canal es también una metáfora del tiempo. Algo se desplaza, percepción y acción simultáneas, algo cae, el agua describe formas ondulantes y anillos, pequeñas olas. Habitar el momento; una escucha y una ejecución, continuidad, pausas, alteraciones, silencio. La imagen se va a negro. Surge el sonido. Sucede.


Las improvisaciones son únicas e irrepetibles; se vuelven trascendentes en su propia evanescencia, como los sueños, como las escenas reales de la vida que transcurre. Se intensifica en este caso la paradoja del registro, que tensiona y transforma a la vez su objeto, suspendiendo en parte la desaparición que le es inherente. La belleza de esta paradoja fue parte de la motivación que impulsó a Roberto Duarte a emprender el viaje del que ahora nos hace partícipes, entregándonos su mirada hacia el mundo de la improvisación en Berlín, sobre un fondo de escenas de agua, donde el movimiento, la luz y el sonido revelan la naturaleza vibrante, y siempre nueva, de lo real.